¿Por qué hago este escrito? Obvio no va a reducir el dolor que sienta el
día que
ella parta, ojalá muriera yo antes pero, la probabilidad indica, que
ella podría irse primero. Ese día me va a doler en el alma y este texto no va a
servir de nada para mitigar el dolor. Escribo esto para honrar y venerar a la
persona más importante en mi existencia, no sería lo que soy sin sus valiosas
enseñanzas que, aunque hoy se puedan considerar burdas o básicas, fueron las
que me indicaron el camino, fueron las bases que me permitieron explorar lares
distintos a los que ella conoció.
La Maestra Marina nació
en un pequeño pueblo de
Veracruz llamado Juan Díaz Covarrubias, en donde se
crió con mis abuelos y mis tíos. Al ser una familia chapada a la antigua, ella
no sólo tenía que hacer sus tareas, sino que tenía que ayudar a las labores del
hogar. A pesar de sus actividades caseras, fue bastante tenaz para terminar una
carrera y titularse.
Mis padres se divorcian cuando yo
era un bebé de un año. Cuando doña Marina se vuelve
a casar, le dice a mi papá:
“Para evitarle problemas psicológicos a Hebert, no quiero que tenga dos figuras
paternas, así que te pido que no tengas ningún contacto con él hasta que sea
mayor de edad”. Muchas personas no alcanzan a comprender el acto de amor que
mis padres realizaron en ese momento. Ciertamente la visión materna fue
acertada ya que, de haber tenido dos figuras paternas tan opuestas, hubiera
acabado más dañado de lo que podría estar en la actualidad.
También le agradezco
profundamente a mi papá biológico que se haya ido porque, como lo platique
recientemente con él, era lo que necesitaba en mi vida. Necesitaba criarme con
mi “otro” papá, porque soy tan parecido al biológico, que no hubiese sido una
buena idea formarme a su lado, a pesar de todas sus cualidades. Tal vez mi papá
adoptivo no estuvo todo el tiempo que me hubiese gustado pero, a su manera,
contribuyó a lo que soy hoy en día, al darme bases que aún sigo desarrollando.
A pesar de
estar casada en un par de ocasiones, la profesora Marina siempre la hizo de
madre y padre, lo cual no le impedía ser tan excelente profesionista como
tutora. Tenía que preparar clases, calificar exámenes, además de que coordinaba
la carrera de Enfermería en el IPN, pero NUNCA podré quejarme de una madre
ausente. Siempre estuvo a mi lado cuando se requería (y cuando no se requería,
también estaba de encimosa): nunca faltó a ninguno de mis festivales, a juntas
de padres de familia, cuando tenía un problema personal o duda con alguna
tarea, también me daba consejos cuando los necesitaba o reprimendas cuando me
las ganaba.

Mi madre llego a nalguearnos (no
fueron muchas pero sí hubo las ocasiones), porque nos las habíamos ganado.
Afortunadamente esas ocasiones fueron contadas, ya que fue lo suficientemente
inteligente para demostrarnos su amor y, al mismo tiempo, imponernos
disciplina. Aunado a que mis hermanos y yo éramos muy tranquilos, siempre
respetamos las reglas (síp, somos una familia de ñoños). La única ocasión que mi
papá adoptivo se atrevió a pegarnos con el cinturón, fue el día que ardió
Troya, porque ella se enfureció como nunca la he vuelto a ver, así que él nunca
más volvió a pegarnos (pareciera que era una prestación exclusiva materna). Ella
es un ejemplo fehaciente que puedes imponer respeto sin tener que hacer uso de
la violencia como método, sólo como último recurso.
En una ocasión tome un
dinero de
forma indebida, la falta de malicia no le quita lo reprochable a la acción, y
ella supo cómo manejar la situación. No me golpeó, ni siquiera me gritó, habló
conmigo de manera firme y fuerte, me regañó y me expresó su tristeza. Me
castigó con una semana
sin Televisión ni salir a jugar, y con eso bastó para
que el resto de mi vida no tomara nada que
no me perteneciera; esto se logró
sin ningún resentimiento, sin ninguna escena traumatizante, sin nada que le
pueda reprochar, al contrario, se lo sigo agradeciendo hoy en día.
Doña Marina NUNCA ha dicho que
tuviera hijos
feos, gordos, tontos, malos y demás. Ella SIEMPRE se expresaba,
con nosotros y los demás, de que sus hijos son guapos, inteligentes, buenos y
fornidos (nunca
obesos). Sé que caía mal, nosotros mismos le poníamos límites
“¡Ya mamá! ¡No exageres!”, porque nunca ha variado la opinión que tiene de nosotros
(desde niños hasta adultos). Cuando llego a encontrar a algún(a) neurótico(a)
que descalifica a sus hijos (ya sea en privado o en público), no sólo con
palabras “inofensivas”, incluso llegando a insultos y golpes, humillando en la
medida de lo posible al pobre engendro; es cuando agradezco que la “exagerada”
de mi madre se esmerara tanto en demostrarnos su amor, en lugar de tener la
desgracia de una estúpida que me esté menospreciando y dañando todo el tiempo.
Honestamente
no sé cómo le hizo para lograr equilibrar tan sobresalientemente sus roles como
madre y maestra de enfermería, porque trabajar y educar a tres engendros no ha
de ser una tarea sencilla. Veo a muchas profesionistas que crían a uno solo y,
pareciera, tienen
las manos llenas, obviamente los niños son diferentes, las
épocas son distintas y los estilos de vida varían en cada caso. A pesar de
ello, debo reconocer la sabiduría práctica que ella demostró al formarnos con
calidad, todo mientras mantenía una vida profesional productiva.

A pesar de traer una educación
chapada a la antigua, nos educó de una manera muy democrática: tanto sus hijos
varones como su hija, a todos se nos enseñó a levantar los trastes, a lavarlos,
recoger nuestra recamara, poner la ropa sucia en su lugar, barrer, trapear,
lavar, planchar y algunas nociones de cocina (no es una gran cocinera, pero sus
guisos me saben deliciosos). No formó hijos inútiles, a los que se les cae la
mano por hacer labores del hogar, por lo mismo hoy en día me encargo
del aseo de mi casa; nunca escuchamos que se hiciera una diferenciación en actividades
por ser
hombre o mujer. Este es otro ejemplo de la sabiduría materna al momento
de educarnos.
La
Profesora Marina fue muy hábil para manejar la cuestión de Los Reyes Magos y
Santa Claus. A mediados de año nos decía “Miren hijos, como se han portado muy
bien, Santa y los Reyes le dan chance de escoger: Pueden mandar su carta desde
Septiembre, y les van a traer exactamente los juguetes que ustedes pidan. De lo
contrario, pueden mandar su carta en Diciembre con el riesgo que algunos de sus
juguetes ya estén agotados”.
Obviamente
la ambición infantil en el tema de juguetes nos ganaba, así que mandábamos
nuestra carta con anticipación y nos traían exactamente lo que decían. Naturalmente,
las campañas publicitarias en Diciembre son intensas y, cuando queríamos
cambiar nuestra carta, hábilmente, mi madre nos decía “La cartita ya se fue”.
Pero el
show no acababa ahí, ya que en las madrugadas del 25 de Diciembre o del
6 de Enero, no sólo recibíamos nuestros juguetes, también recibíamos una carta
personalizada de los fantásticos personajes. Eso era muy especial, ya que la
ilusión se incrementaba al ver que los Reyes, Santa y hasta el ratón de los
Dientes, te dejaba una carta diciéndote que habías sido un buen niño (ingenuos
de nosotros al no reconocer la letra materna, pero me alegro de ello).
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La Maestra Marina |
Algo que me
encanta de este pasaje es que mi madre nunca cayó en algo que me ofende mucho:
regalar ropa. Como niño quieres que te regalen juguetes, no ropa. La vestimenta
es parte de las obligaciones de los tutores y, utilizarla en lugar de juguetes,
siempre me pareció muy mezquino y un gran asesino de las ilusiones infantiles.
Pero la
generosidad de mi madre no terminaba ahí, ya que acostumbraba darnos regalos en
el día del niño o el
día de la amistad. Nunca nos prometía nada por sacar
buenas calificaciones, y eso que siempre estábamos en el cuadro de honor pero,
sin aviso previo ni razón aparente, nos regalaba algo cada fin de curso. Esto
siempre lo hacía de sorpresa, así que siempre quedaba como bonito detalle (que
valoraba mucho) en lugar de una obligación premeditada y sin chispa.
"El medio mejor para hacer buenos a los niños es hacerlos felices." – Oscar Wilde
Fue tan grande el amor que he
recibido de mi madre a lo largo de mi vida que, a pesar de mis constantes críticas
a las convenciones sociales consumistas (
Navidad, San Valentín, Día del Niño,
Día de la madre, etc.) tengo tan buen sabor de boca de esas épocas que, si
llego a engendrar, no tengo por qué privar a mis hijos de toda esa ilusión que
disfrute, y eso se lo agradeceré eternamente a doña Marina, misma que no
escatimó en amor y recursos, para ver una sonrisa llena de ilusión en sus
hijos. Podré mentar madres (y lo seguiré haciendo) para encauzar
mi neurosis y ácidamente
seguiré criticando
al mundo pero, toda esa ilusión que mi mamá me regaló, sigue
intacta e inmaculada, aún percibo el
sentimiento auténtico con el que fui
tratado y amado.
Mi madre es maestra de
enfermería, por lo cual me dio una
educación sexual muy completa desde temprana
edad: nos hablaba con naturalidad del sexo, sin
morbo alguno. También recibí
una
educación política profunda, ya que era activista tanto en el sindicato de
la Escuela de Enfermería, y también participó en las
Elecciones del 88. Aunque mis
formas de pensar puedan diferir mucho de las de ella, siempre respetó mi
individualidad. La prueba de amor más grande que cualquier ser humano puede
profesarle a otro es el respeto de
ser lo que desea, sin importar que esté o no
de acuerdo.

La maestra Marina
logró una de las cosas más difíciles entre las madres mexicanas: nos enseñó a
no tener “mamitis” (por lo menos a mí). Supo que había tenido éxito cuando, a los
18 años le dije: “Mamá, nunca me pongas en posición de escoger entre mi madre o
la que vaya a ser mi mujer porque, invariablemente, voy a estar del lado de mi pareja. ¿Y sabes por qué te digo
esto? Porque es lo que tú me has inculcado desde pequeño”.
Esto se vio
reflejado en mi
breve vida marital, ya que doña Marina nunca se inmiscuyó ni en
los peores momentos del matrimonio, ni en el subsecuente divorcio, o de otras situaciones
sentimentales que experimenté. Nunca se metió porque no se lo pedí, si hubiese requerido
consejo, sé que me lo hubiera dado gustosa. Aún recuerdo la noche que se selló
mi separación: al ser incapaz de encontrar a alguna amistad cercana, mi madre
aguantó estoicamente todo mi desahogo, a pesar de que le debió doler lo que
escuchaba.
La Maestra Marina presenció, muy
de cerca, un par de casos de Mamitis, por lo mismo tenía muy claro que sus
hijos no deberían padecer del mismo mal. No se puede todo en la vida y lo logró
con dos de tres, el caso de mi hermana no lo voy a comentar. Sin embargo, doña
Marina hizo mucho más de lo que podía hacer, en verdad me sorprende toda la
astucia y recursos que tiene esa admirable mujer.
Voy a decirlo abiertamente: odie
intensamente a mis papás cuando nos sacaron del DF para vivir en un pueblo
perdido llamado
San Matías Tlalancaleca. Mi vida en la gran ciudad era muy
feliz, y fui extirpado de mi ambiente a uno que aprendí a odiar por el simple
hecho de ser diferente (y muy infradesarrollado), dicha animadversión me duró
muchos años, hasta que hace poco pude apagarlo en mi ser. Sé que mi reacción
fue muy dolorosa para mi madre, porque ya estaba entrando en la pubertad, aunado
a que su sacrifico fue mayor al renunciar a su trabajo, a su status quo y
comodidades, todo por el bienestar de sus hijos al criarlos en un ambiente más
“sano”.

Pude acabar con ese odio porque,
al final, comprendí el por qué lo hicieron, es más, estoy agradecido que nos
hayan sacado de la
caótica Ciudad de México (aunque no estoy tan agradecido del
lugar al que nos llevaron). Ya no podría vivir en el DF pero tampoco podía
vivir en ese Pueblo, así que por lo mismo me mudé a Puebla hace más de una
década.
Doña Marina no es perfecta, al
igual que el resto de nosotros, tiene bastantes errores. Durante muchos años me
dedique a analizar cada una de sus falencias, inclusive me atreví a culparla de
mi divorcio (por seguir su ejemplo). En muchas ocasiones los hijos somos muy
ingratos, porque damos por sentado que todo lo bueno que recibimos era una
obligación, en cambio, remarcamos especialmente todo lo que nos hizo falta.
Honestamente, no pude haber tenido mejor madre para mis características,
gracias a ella pude explotar mucho de lo que traigo conmigo, dejando bases muy
importantes para que me desarrollara. Hoy en día sigo encontrándome con
enseñanzas maternas que he aprendido a valorar.
Debido a circunstancias, que no
voy a ventilar en este blog, la situación económica de mi madre no fue muy
buena después de dejar el DF, de hecho quebraron una papelería y,
recientemente, una miscelánea que tenía a su cargo. A pesar de esa falta de
abundancia económica, a ella siempre le ha gustado viajar. Ahí es donde aflora
esa creatividad y voluntad que le admiro ya que, a pesar de carecer de
recursos, ella se las ingeniaba para organizar excursiones a varios lugares
(Cancún, Acapulco, Chiapas, Puerto Vallarta, Oaxaca, Veracruz, Morelia,
Guanajuato, etc.) Gracias a esa voluntad de hacer las cosas, mi madre viajaba a
los lugares de su interés y, adicionalmente, sacaba alguna ganancia económica
con los tours que organizaba.
La Maestra Marina siempre tuvo
muchas inquietudes políticas, lo demostraba desde sus tiempos en el sindicato
de su escuela, por lo mismo se involucró en la política del pueblo en donde
dejó de vivir recientemente. Gracias a ella se pavimentaron muchas calles (las
primeras en la historia del pueblucho ése), se dedicó a recolectar firmas,
enviar documentos al congreso del estado, visitar al gobierno municipal y
estatal en busca del apoyo para la pavimentación. Se la pasó chingue y chingue
(y vaya que es buena para eso) hasta que nos pavimentaron la calle, y
posteriormente siguió presionando para lograr que las principales de la
población también lo fueran.

Sin ser presidente municipal,
consiguió muchas obras para el pueblo (
escuelas, pavimentaciones, campos
deportivos, entre otras), sin embargo, pudo más la desidia de una población
mediocre que el empuje de una mujer admirable y luchona. Doña Marina se cansó
de luchar contra corriente, de las traiciones, de la falta de reconocimiento y
de todo lo que ella invertía a nivel personal y se retiró del mundo de la
política, el cual es
asqueroso por naturaleza.
Gracias a ella se hicieron muchas
cosas en el beneficio de esa población ingrata por eso mismo es una heroína. Si
nunca nos hubiésemos mudado ahí, puedo asegurar que dicho lugar seguiría en las
mismas condiciones deplorables; sin embargo a mi madre (por ser mujer y
foránea), casi nadie la va a recordar por esos logros en dicho pueblo. Por lo
mismo incluyo este párrafo en el ensayo para que algún día alguien se entere
que un pueblo, llamado San Matías Tlalancaleca, le debe mucho a la Profesora Marina
(como le gusta que la llamen).
Mi madre es una maestra nata y,
aunque renunció a su trabajo en el IPN, no podía dejar de ser educadora. Su
fuerte no era el administrar negocios (por algo tronaron), así que le hizo caso
a su vocación. Encauzó su necesidad y empezó a dar clases de regularización a
niños pueblerinos. Muchos podrán pensar que lo hacía por negocio pero, en
realidad, había ocasiones en que sólo tenía dos alumnos y a veces ni le
pagaban. Pero dedicaba sus dos horas con la misma seriedad y pasión así fueran
dos o quince chamacos. Al ver el interés que le ponía al aprendizaje de esos
niños ajenos me dije a mí mismo “¡Wow! ¡Que afortunado fui de tenerla como
madre!”, si esa pasión le pone a la educación de niños desconocidos, imagínense
lo que hacía con los propios.
Doña Marina
es
Ultramocha, no a los niveles de mi difunta abuela (que seguramente debería
ser beatificada), a pesar de ese defecto, reconozco que el amor que tiene por
nosotros es mayor que su
fanatismo religioso; por lo mismo puede ser sensata,
con visión y criterio. Menciono esto porque dejé la religión a los 15 años para
convertirme en ateo/
agnóstico. A pesar de esto, mi madre siempre respetó mis
decisiones, nunca intentó obligarme ir a
misa o convencerme de algo en lo que
ya no podía creer.
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Su Cédula |
Dentro de
todo lo que debo agradecerle es que sin ella jamás me hubiera titulado. Desde
el primer día que acabé la escuela, ¿cómo decirlo con elegancia?, me estuvo
chingue y chingue y chingue y chingue hasta que presenté la tesis y conseguí el
título. No había día en que no me acosará con “¿Cuándo te titulas? ¿Ya tienes
fecha? ¿Ya acabaste la tesis? ¡Ya titúlate!”.
Si no me hubiera estado
hostigando, seguramente no habría conseguido mi cédula profesional, porque ya
trabajaba y percibía un salario, por lo cual es fácil olvidarse del papelito.
Ella tenía presente casos muy cercanos, en los que la ausencia del título fue
un obstáculo en la vida profesional, por lo mismo me estuvo acosando hasta que
le mostré el mentado documento. Cuando acabe la maestría no me espere a que
Doña Marina me estuviera fregando, aunque ya no podía decirme nada porque yo me
la pague, pero tenía muy presente el interés materno en la licenciatura y eso
me impulsó a obtener el Posgrado.
Alguna vez mi hermano me escribió
que mi madre es inmune al fracaso y es que lo ha experimentado tantas veces que
ya ni la despeina. Doña Marina ha cometido muchos errores, ¿quién no?, muchas
de esas pifias fueron hechas con la intención de conseguir lo mejor para
nosotros. Ha hecho sacrificios que no cualquiera haría, tiene acciones que
serían juzgadas por esta “intachable” sociedad pero (ya) no la juzgo, porque
ahora entiendo que sus decisiones fueron basadas en el amor que nos tuvo a mí y
a mis hermanos, es como decía Nietzsche: “Todo lo que se hace por
amor está más
allá del bien y el mal”.
Aunque la Profesora Marina es una
mujer apasionada, también es un ejemplo de civilidad remarcable. A los 24 años
conocí a mi hermana paterna (la hija de su primer esposo), ella vino junto con
su mamá (la esposa de mi papá biológico) y se hospedaron en nuestra casa. Todos
salimos a pasear, platicaron las señoras y se llevaron de maravilla. Cuando
compartía esto con conocidos, se me
quedaban viendo e invariablemente preguntaban “¿Cómo? ¿Tu mamá hospedó en su
casa a la hija y esposa de su exesposo?” para mí resultó algo muy natural, sin
morbo ni resentimiento alguno, pero el resto del mundo nos tachaba de locos (y
seguramente tienen razón, pero en realidad no me interesa lo que opinen).

Hablando de la notable
resistencia de doña Marina, aún recuerdo el día que
me mude de su casa: a pesar
de haberle avisado con tiempo, de haber hecho mudanza hormiga y de irla
terapiando paulatinamente, le dolía en el alma que su primogénito dejara el
nido. Así que aguantó hasta el momento que partí, acto seguido se echó a llorar
(esto me lo contaron mis hermanos). Ese hermoso detalle lo agradecí con
profundidad, primero por aguantar las lágrimas para facilitarme la partida y,
después, el que las haya derramado en honor a todo el amor que siempre me ha
regalado esa admirable mujer.
Sé que soy un hijo ingrato al no
entender la magnitud del amor que mi madre tiene por nosotros pero, de una
manera más racional que emocional, puedo admirar la magnificencia y valentía de
las acciones que esa maravillosa mujer realizó por sus engendros.
Mi madre ha cargado con muchas
culpas a lo largo de su vida, ella es consciente de las repercusiones negativas
de sus decisiones y, tristemente, no siempre se reconoce el impacto positivo de
sus aciertos que, por mucho, son mayoría. De por sí la vida te castiga por tus pifias,
pero ella se flageló adicionalmente al no perdonarse las fallas, mismas que no
cometió con intención de dañar a nadie.
Por esos mismos errores vivió
tantos años en un lugar que le quedaba chico para todo su potencial.
Recientemente regresó a nuestra tierra:
Veracruz, una de las mejores decisiones
que ha tomado, y ahí creció la admiración y amor que tengo hacia mi madre; y es
que acabó con su encarcelamiento, dejando atrás muchos intereses y anhelos de
muchos que querían que se quedara dónde estaba. Dejar el lugar en donde has
vivido 23 años, considerando que es una mujer de 61, requiere un valor
impresionante, sin importar que regreses a tu lugar de origen.
Este homenaje que hago a mi
señora madre es para inmortalizarla. Si este blog es mi boleto para la
inmortalidad, quiero llevarla conmigo, necesito que se sepa la calidad de mujer
por la que fui criado. Creo que puedo ser muy objetivo, ya que he mantenido una
distancia sana desde que salí de su casa, por lo mismo la visitaba cada 15
días. Ahora que vive en mi amado puerto, tal vez la vea dos o tres veces al
año.
Es factible que mi madre no tenga
el buen concepto de ella que estoy expresando en este escrito, ni siquiera yo
lo tenía tan claro pero, recientemente, cuando se regresó al puerto, lo acabe
de descubrir. La considero como una auténtica heroína anónima (como la mayoría
de las mamás), ya que hizo todo por sus hijos sin importar que reciban o no el
crédito merecido.
Doña Marina es un dechado de
generosidad, en mi opinión exagera, ya que es capaz de quitarse el bocado con
tal de dárselo a alguien más necesitado. El problema con esa actitud es que ha
encontrado mucha
gente gandaya que se aprovecha de su bondad y, en
consecuencia, no ha tenido tanta abundancia como merecen sus acciones; aunado a
que en
un país como el nuestro nunca se acaba la gente pobre a la cual ayudar.
Mi madre no sacrifica sus
intereses sólo con su familia, sino con cualquier alma necesitada. Sé que soy
muy mezquino al recriminárselo, pero siempre le digo “Mamá, ya deja de creerte la Madre Marina de
Calcuta, ¡ya es hora de que veas por ti!” pero le cuesta mucho trabajo, todo
debido a su educación, su personalidad, sus creencias pero, sobre todo, por esa
naturaleza generosa que trae en su esencia.

Producto de tanta gente que se ha
aprovechado de su bondad, mi madre ha quedado un poco marcada, porque a cada momento
sospecha de que alguien le está haciendo (o deseando) el mal. No la puedo
culpar, ya que ha sufrido muchas traiciones, algunas fuertes y otras leves; y no
la puedo juzgar, porque yo mismo estoy ciscado por algunas malas experiencias.
A pesar de todo lo que soportó, siempre sigue adelante (
como Remi), cualquier
otra persona hubiera acabado destrozada, me sorprende su temple, ya que saca
fuerza quién sabe de dónde, y sigue luchando. Por todo ello, aparte de quererla
más, he aprendido a admirarla.
Mucha gente quiere, aprecia y
admira a mi madre, obviamente no todos lo hacen, porque siempre habrá seres
miserables que envidian la estrella, la personalidad y la luz que irradian
ciertas personas. Como ya mencione, ha sido atacada por seres mezquinos que
intentan mancillar la felicidad natural que es inherente a ella. A pesar de
tantas deslealtades que ha sufrido, sigue avante, da la impresión de ser indestructible
y cuesta creer que un día se vaya a morir (con lo necia que es, igual y se le
impone a la muerte para que no se la lleve). La admiro porque, a pesar de las
innumerables situaciones adversas, sale airosa o, por lo menos, con un
aprendizaje.
Debo reconocer que alguna vez le
reclame: “¡Ay Mamá! No es posible que nos hayas inculcado tantos valores que
resultan inútiles en un mundo de
gente podrida”. Ella estaba consciente de que
nos estaba educando con valores de cuentos de hadas pero, al final podía estar
tranquila de que cuando saliéramos al mundo, de alguna manera, acabaríamos
haciendo lo correcto. No lo voy a negar, muchas veces me ha encabronado hacer
lo correcto, y es que esos valores y principios inculcados me impiden hacer lo
incorrecto, seguramente he hecho mal a alguien en alguna ocasión, pero
difícilmente habrá sido con premeditación.
A veces me gustaría hacer lo que
la mayoría hace, acciones que casi todos disfrutan, y me suelo decir
“¡Demonios! ¿Por qué me estoy perdiendo de toda la ‘diversión’?” Sin embargo,
al final del día, le agradezco mucho esos valores, porque no hay mejor almohada
que una consciencia tranquila.
No entiendo cómo mi madre siempre
anda de buenas, se la pase chifle y chifle (parece que en su vida pasada fue un
gorrioncillo), se la pasa cantando y en las fiestas anda bailando y echando
relajo. De niño me avergonzaba mucho de su comportamiento tan desenfadado,
también me daba pena que se pusiera a llorar en las películas (aunque ahora
hago lo mismo), a veces como hijos somos muy estúpidos, y no valoramos todo lo
que tenemos en nuestras madres. Tal vez tarde, afortunadamente no “demasiado
tarde”, me he dado cuenta de lo afortunado que fui por recibir a esta mujer
excepcional que guió mi camino con mucho amor y con mucha sabiduría.
Veo a las mamás de algunos de mis
amigos, señoras de la misma generación que Doña Marina, que son independientes,
generan recursos y mantienen una vida profesional activa y exitosa. No lo voy a
negar, a veces he pensado “¿Por qué mi madre tuvo que renunciar a su trabajo y
someterse a un yugo? Bien hubiera podido llegar a un mejor status”
Seguramente hubiéramos tenido una
gran vida, ya que mi madre demostró que podía mantener una vida equilibrada
entre su carrera y sus hijos. Tal vez por las razones equivocadas o tal vez por
las correctas, mi madre renunció e inició otro camino, mismo que nos fue dando
lecciones de vida invaluables. La Profesora Marina nos ha dado muchos ejemplos
conscientes e inconscientes, de palabra pero sobretodo con vivencias. Tal vez
mi madre pudo ser más exitosa pero, el camino por el cual nos llevó, nos hizo
más sensatos y conscientes de cómo funcionan muchas cosas en el mundo real.
Nunca nos dio algún
discurso inspirador, ni nos contó alguna bella y llamativa historia de nuestros
antepasados; pero eso no importó, su vida nos han servido de una lección
invaluable. Ciertamente las palabras convencen, pero el ejemplo arrastra. A
pesar de todos los errores que pueda tener (sin importar su magnitud), la
calidad moral y la sabiduría práctica (de las que seguramente no es consciente)
de Doña Marina han pesado más de lo que cualquier error podría significar.
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Doña Marina con mis tíos Toño, Fredy y Micky |
Hay quién dice que me paso de
cabrón con mi mamá, sólo por verla como humano y comentar
algunos de sus errores (aunque no siento que la esté evidenciando). Personalmente creo que mi
actitud es la más amorosa de todas, porque no la tengo idealizada, puedo verla
como el bello ser humano que es y, aunque no es perfecta, la amo. Voy más allá,
la quiero aún más por sus defectos y errores, precisamente porque no es
perfecta, dentro de su imperfección hizo un trabajo impresionante con nosotros,
a pesar de tener mucho en contra, siempre salimos ganando a nivel personal.
Esa misma actitud me ha dado la
oportunidad de que platiquemos de adulto a adulto, lo cual ha resultado muy
liberador para ella, porque sabe que no tiene que ser la madre perfecta, que
siempre debe mantenerse inmaculada para mantener nuestras idealizaciones
infantiles. La quiero más porque, sin importar sus falencias, siempre sé que
cuento con su apoyo para todo lo que yo haga (aunque ella no esté de acuerdo).
En esos momentos cuando la dejó
descansar de su rol de “Mamá” y la dejó ser por unos instantes simplemente
Marina, ese rol que dejo de ejercer hace muchos años y que se llega a anhelar
después de tanto tiempo en el papel de madre; valoro mucho que me hable de sus
problemas como si fuésemos amigos y que olvide, aunque sea por un momento, que
soy su primogénito, porque a veces necesita un poco de comprensión y empatía
con su carga.
No soy el mejor hijo, ciertamente
he de ser muy ingrato para la maravillosa madre que me tocó tener. Obviamente
ella dirá lo contrario y hablará maravillas de mí, pero sé que pudo merecer alguien
mejor que yo, porque su calibre humano, moral y sentimental no tiene par.

La imagen favorita que tengo de
mi mamá es la que tenía cuando vivíamos en el DF: una mujer profesionista,
plena, realizada, alegre, independiente, activa, admirada, progresista y que
tanto me enseñó. A pesar de ello, independientemente que haya algunas más
sobresalientes que otras, siempre amaré cada etapa en su vida, por darme la libertad
de ser quién yo quisiera; inclusive sacrificando idealizaciones que ella tenía
hacía mi o que yo tenía de ella, todos esos apegos que puede haber en una
relación madre-hijo, con tal de que tomara mi propio camino. Hoy en día,
gracias a esa independencia que me heredó, es que la admiro y la quiero más que
si me hubiera pegado a su regazo todo el tiempo y me hubiera provocado mamitis
aguda.
Como se han dado cuenta en el
escrito, a ella le gusta que la llamen de distintas maneras: Doña Marina, la Señora Marina, Rosa
Marina, la profesora
Marina, la
Maestra Marina entre otras, pero a mi me gusta simplemente
llamarla “Mamá”
Hebert Gutiérrez Morales.